La mentalidad de víctima se ha vuelto prevalente en la cultura de los últimos años. En un país donde todos se quejan de su suerte - el pobre de las magras raciones que le dio el destino, el rico de los taxes, el político negro de la policía y la políca del poítico y de los negros, el latino de las leyes y también de los inmigrantes, el de izquierda de los nazis y los de derecha de los comunistas - hasta el presidente lloriquea de las supuestas injusticias de las que es víctima!
Alguna vez has oído la expresión: victoria pírrica? Se aplica a victorias tan costosas, que casi son derrotas. Pues la frase proviene de un general de la antigüedad: Pirro de Epiro. Fue considerado el mejor general de su época, por allá por el siglo III antes de Cristo. Era familiar lejano de Alejandro Magno. Llegó a ser rey Epiro y como dos veces de Macedonia (parece que era más fácil llegar a ser rey de Macedonia que conservar el título). Fue uno de los rivales más peligrosos de la República Romana durante sus primeros tiempos. Después de la primera batalla contra el naciente poder de Italia, exclamó famosamente: Otra victoria como esta, y estamos perdidos!
En todo libro de historia militar se oculta la historia del miedo. O al menos, hay una línea de lectura alternativa, que es la que se refiere al miedo. A los historiadores les encanta narrar las hazañas, las grandes victorias, pero por cada una de esas, hay un montón de gente que salió corriendo. Como decían los Griegos: Fobos, el dios del miedo, reina sobre el campo de batalla. Y en efecto, en las batallas de la antigüedad parece más importante asustar al rival que darle muerte. La mayoría de las bajas se producían durante la huída frenética del bando perdedor.
Hay otros detalles que nunca salen en las películas, pero sí aparecen incluso en los libros de Platón. Los griegos iban al combate con una túnica nueva y una armadura y escudo hechos de oro, y volvían sin escudo y hechos un asco. Porque durante la batalla vomitaban, se meaban y se cagaban de miedo. Literalmente!
La conspiración para asesinar a Julio César empezó con la reunión de tres hombres: Brutus, Cassius y Decimus. Brutus, el más conocido de los tres, pertenecía a una de las familias más notorias de Roma. Su apellido estaba asociado al establecimiento mismo de la república. Según la tradición, otro Brutus, cinco siglos antes, había destronado al último rey de Roma. Era además hijo de una amante de César. Aunque no queda claro en las fuentes, muy bien puede haber sido engendrado por César. Los otros dos son menos conocidos. Cassius fue almirante naval de Pompeyo. Pero luego fue perdonado por César, que sabía reconocer el talento cuando lo veía. Decimus fue un comandante que acompañó a César durante las guerras en las Galias. Los tres hombres le debían algo, pero también tenían mucho que ganar con su muerte.
Frente al Acrópolis hay una montaña donde aún hoy se puede visitar la cárcel de Sócrates. Es poco probable que el filósofo haya pasado siquiera un día allí, pero sigue siendo un lugar interesante. Hice lo de los turistas y me saqué un selfie. Seguí caminando por la colina hasta toparme con un acantilado de piedra. Una caída que me mataría sin dudas, pensé. Soñé despierto que me despeñaba y al abrir los ojos me encontraba en la cárcel de Sócrates, con el filósofo sentado frente a mí en la penumbra. Me recompuse lo mejor que pude. Sin salir de mi asombro, y con tono inseguro, empecé la conversación: