Capitulo II.3

RELACIÓN CON LOS COSMOLÓGICOS

May 05, 2025
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En mi opinión, es imposible que un hombre ignorante tuviera tanta influencia, como la tuvo Sócrates, precisamente en la esfera de la cultura que más exigía del que la cultivaba. Con toda seguridad conocía la obra de los cosmológicos. Se dice que Anaxágoras fue el primero que filosofó en Atenas. Quizá Sócrates lo conoció personalmente; al menos tenían un amigo común: Perícles. Lo que sí se considera seguro es que había leído su obra, que se podía adquirir con facilidad y a precio módico. Según Diógenes Laercio fue incluso discípulo suyo, así como de Arquelao. Sea como fuera (pues en este punto las noticias son contradictorias) resulta lógico que conociera la obra de los cosmológicos, y la discutiera con sus amigos. “Dice que habiéndole dado a leer Eurípides un escrito de Heráclito, como le preguntase qué le parecía, respondió: “Lo que he entendido es muy bueno, y juzgo lo será también lo que no he entendido; pero necesita un nadador Delio.”[156] Estas charlas probablemente tenían un cariz crítico, como la anterior que usa de la ironía. Se sabe que criticaba a Anaxágoras, el poco uso que hacía de su principio “inteligencia” en la explicación de la naturaleza. Es probable que Sócrates esperara una explicación teleológica del mundo físico. Una teoría que explicase su formación y funcionamiento como destinado hacia el bien, en vez de una explicación simplemente mecánica. El genio de Sócrates queda al descubierto con esta sencilla frase. Es evidente que entendió hasta los huesos la teoría de Anaxágoras y que además supo interpretarla de manera original. En esa crítica, precisa y certera como pocas, se intuye un replanteamiento novedoso del problema.

El intento de armonizar la realidad humana con el cosmos es característico de la filosofía antigua hasta donde hemos visto. Pero aquí Sócrates toma el problema por el otro extremo. El orden humano había sido siempre derivado del orden superior del universo. El sabio ateniense pretende invertir esta situación: el orden universal debe responder al social. En el capítulo IV del primer libro de las Memorias, hay un diálogo en donde Sócrates trata de justificar el orden universal con una inteligencia superior que lo dispuso todo y lo dispone todo. “Sócrates; al revés de la antigua filosofía de la naturaleza, adopta en la consideración de ésta un punto de vista antropocéntrico: el punto de partida de sus conclusiones es el hombre y la estructura del cuerpo humano.”[157] En este momento se hace comprensible su rechazo a la filosofía anterior. No se trata de un abandono anárquico o nihilista de la tradición. No se intenta olvidar los logros más elevados del espíritu humano. La verdadera razón de su rechazo, radica en que los sistemas anteriores no pueden dar respuestas a sus inquietudes.

Sócrates es producto de una revolución que abarca todos los ámbitos de la vida. El hombre toma conciencia de que se enfrenta a un orden construido por sí mismo. Ya no tiene frente a sí a la naturaleza virgen y dominadora. La distancia que el hombre ha adquirido, frente a los impersonales elementos, se basa en su desarrollo social. El filósofo se transforma de intérprete del cosmos, en intérprete de la polis, que ha cobrado en importancia. Sus reflexiones giran hacia la comunidad. Los Sofistas y Sócrates son auténticos productos de este estado de cosas. “Al igual que la medicina de su tiempo, encuentra en la naturaleza del hombre, como la parte del mundo mejor conocida de nosotros, la base firme para su análisis de la realidad y la clave para la comprensión de ésta. Como dice Cicerón, Sócrates baja la filosofía del cielo y la instala en las ciudades y moradas de los hombres.”[158] Analizada así, la frase de Cicerón cobra otra significación. Es la forma nueva de ver los problemas, un punto de partida original, lo que distingue a Sócrates. No el objeto mismo de las reflexiones. Como se puede ver, la ciencia de aquellos tiempos también cobra un cariz diferente. Los médicos rechazaron las conclusiones de los cosmológicos. Aún volveremos sobre esto cuando tratemos el método. Lo que interesa resaltar ahora es que con Sócrates encontró formulación una preocupación de su tiempo. Se puede poner como ejemplo el problema de lo bello. En palabras de Werner Jaeger: “Es cierto que la búsqueda socrática de la esencia de lo bello nace de un planteamiento del problema absolutamente peculiar suyo, no aprendido en parte alguna”[159] En el diálogo platónico Lisis, Sócrates parece aceptar el principio de que lo igual atrae a lo igual. Pero este axioma que en los cosmológicos se refería al universo, queda reducido a un problema de índole ético: la amistad. Luego es refutado con una serie de objeciones y dificultades insalvables. El replanteamiento y discusión del presupuesto físico dentro de otra esfera teórica, es singularmente original. Denota la intención socrática de renovar la sabiduría filosófica bajo una orientación completamente distinta.

Desde el punto de vista de los cosmológicos, la búsqueda de Sócrates no era verdaderamente filosofía; pero esta búsqueda encerraba los más profundos problemas de su tiempo. Sócrates, por su parte, no compartía el entusiasmo cosmológico. De hecho, lo que sí compartía (con muchos otros griegos) era cierto temor popular, que consideraba el cosmos como algo inescrutable y demoníaco. Disuadía a sus acompañantes de dedicarle tiempo a estas investigaciones. Recomendaba destinar esas fuerzas al estudio de los fenómenos humanos. Jenofonte lo presenta diciendo: “Ni aún siquiera acerca del ser del universo se dedicaba a hablar, a la manera que hacían casi todos los otros, especulando sobre cómo el llamado por los intelectuales cosmos se había originado ni en virtud de qué fuerzas se producen los diversos fenómenos celestes; aún más, a los que cavilaban en semejantes cosas los convencía de insensatos. Conque lo primero averiguaba acerca de ellos si era que por ventura, persuadidos ya de saber bastante de los asuntos humanales, pasaban a preocuparse de semejantes temas o bien, dejando de lado los humanos asuntos, consideraban en cambio que lo que procedía era investigar en los divinos. (...) los que estudian los asuntos humanos cuentan con que aquello que aprendan podrán aplicárselo a sí mismos y a quienes quieran de los otros hombres.”[160] Como se ve, sus intereses alejan al más sabio de los hombres de la filosofía tradicional. No sólo esto, pues en ese mismo párrafo Sócrates se muestra escéptico ante las posibilidades humanas de penetrar los secretos del cosmos. Esta falta de confianza nos puede parecer un tanto reprochable, pero es del todo explicable cuando se entiende su forma de ver: “la atención redoblada que Sócrates consagra a las “cosas humanas” actúa como principio de selección en el reino de los valores culturales vigentes hasta allí. Detrás de la pregunta de hasta dónde debe llevarse un estudio, se alza esta otra, más importante: ¿para qué sirve ese estudio y cuál es la meta de la vida?”[161] La respuesta a esta pregunta pasa necesariamente por la cuestión política, que trataremos luego.

Pero antes de pasar a ese aspecto, debemos ver que junto con la cosmología Sócrates rechaza las matemáticas. Dice que se deben estudiar hasta saber lo suficiente para la vida práctica, pero se deben evitar sus problemas más rebuscados y teóricos. En este punto Jenofonte (de cuyas Memorias he extraído la afirmación anterior) parece contradecir a Platón, que afirma en sus diálogos la importancia del estudio de la matemática. En mi opinión, esta contradicción se debe a que Jenofonte carga la pluma hasta el exceso, cuando se trata de defender a su maestro. Mientras, Platón se ha acercado notablemente al pitagorismo. Es probable entonces que Sócrates tuviera una posición intermedia. Por un lado él conocería las cuestiones matemáticas con cierta profundidad, y no renegaría de las mismas con tanta furia. Por otro lado, no pudiendo reducir a cuentas y figuras los asuntos humanos, faltaría interés por el arduo estudio que supone la matemática.

"Estar contentos con lo que poseemos es la más segura y mejor de las riquezas."
Marco Tulio Cicerón (106 - 43 AC)

[156] Laercio, Diógenes, "Vidas de los Filósofos más Ilustres", La Habana 1990. Pag. 44.

[157] Jaeger, Werner, "Paideia los Ideales de la Cultura Griega", La Habana, 1971. Pag. 408.

[158] Ibídem. Pag. 409.

[159] Ibídem. Pag. 410.

[160] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pags. 26 y 27.

[161] Jaeger, Werner, "Paideia los Ideales de la Cultura Griega", La Habana 1971.Pag. 425.

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