Capitulo II.13

MUERTE DE SÓCRATES

May 05, 2025
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El proceso judicial al que Sócrates se vio sometido y su muerte posterior, han sido reflejados por las fuentes de la época. Nos queda dos narraciones sobre el juicio, una de Platón y otra de Jenofonte. Sobre el tiempo que pasó en la cárcel y la muerte, tenemos algunos diálogos del primero. Basándonos en estos textos podemos reconstruir, hasta cierto punto, los acontecimientos. Es necesario advertir, una vez más, que las fuentes griegas son imparciales, y en estas obras se nota claramente lo anterior. Los discípulos defienden a todo trance al maestro, incluso a riesgo de que sus palabras se vuelvan inverosímiles. He interpretado los datos, y haciéndome luego algunas preguntas sencillas, creo lograr una interpretación de este acontecimiento a tono con el enfoque general de este capítulo.

El proceso contra Sócrates se instruyó en el año 400 o 399 ane. Los acusadores fueron Anito, Meleto y un orador que casi no tiene peso en las narraciones del juicio. Según los datos con que contamos Meleto era un poeta mediocre. Anito era un hombre rico, un negociante de calzados. Parece que él fue el instigador del proceso, y que contrató a Meleto y al orador para que acusaran a Sócrates. El odio nada “filosófico”[204], sino más bien visceral contra Anito, de todos los pensadores posteriores se funda sobre esta certeza. Parece que había tanto razones personales como políticas detrás de la acusación.

Es posible que los celos por Alcibíades tuvieran su parte en la misma. Este bello joven era admirador de Sócrates, y se cuenta trató de conquistar al maestro. Sus requiebros se estrellaron contra la fuerte voluntad del sabio. Según los historiadores pasaron una noche juntos y al despertar, Alcibíades dijo que había dormido tan seguro como con su padre. Anito fue un eterno enamorado del joven, y traigo una anécdota para ilustrarlo. Una vez el rico industrial dio un banquete en su casa en honor a Alcibíades. Los convidados lo esperaron en balde mucho tiempo. El joven apareció muy avanzada la noche y quitó de las mesas la mitad para darlo a los esclavos. Ante esta humillación Anito simplemente dijo: Ha sido generoso, pues siendo dueño de todo nos ha dejado la mitad. El amor no correspondido y los celos, son motivo suficientes para atacar a un contrario.

Hay más: uno de los hijos de Anito fue discípulo de Sócrates, y todo parece indicar que adoptó una posición cercana a la de los cínicos, abandonando así los negocios del padre y la vida comercial. De ser esto cierto, Anito tenía buenas razones para creer que Sócrates corrompía a la juventud. Y no sólo Anito. En el diálogo Lisis, Sócrates debate con un niño de doce o catorce años como máximo. De ser cierta la conversación que la obra refiere, al menos en líneas generales, hay que pensar que los padres atenienses tenían buenas razones para considerar a Sócrates un corruptor de la juventud. Se leen oraciones como: “Muchos son, pues, los maestros y gobernantes que a tu padre le han(sic) venido a bien imponerte”. ¿Acaso el padre está siendo injusto? ¿Siembra Sócrates, sin intención, la semilla de la rebelión y la desobediencia en el hijo? “No es, pues, tu edad lo que está esperando el padre para confiártelo todo, sino el día en el que piense que tú eres más listo que él”. La obra de teatro Las Nubes, cuenta sobre un joven que llega a hacerse más inteligente que su padre, para mal de este último. Lo que nos indica que, después de todo, las burlas de Aristófanes tenían cierto matiz histórico. Aún más, que eran la expresión de la opinión de un sector popular. Por último: “Por tanto, ahora, ni tu padre te ama ni nadie ama a nadie, en tanto que es inútil”. Recuérdese que su interlocutor es un niño de catorce años a lo sumo. ¿Qué creen que pasaría si repitiera en su casa, con las limitaciones propias de un intelecto infantil, estos razonamientos? Con toda razón el padre señalaría a Sócrates como un corruptor de la juventud. El interlocutor en el diálogo platónico, que se acerca sin dudas al ideal etéreo de niño, responde con sobriedad a las preguntas de Sócrates. Pero no es probable que todas las ateniense diesen a luz encarnaciones de la idea. Estas frases que cito son escogidas porque resultan ilustrativas; no obstante, el resto del diálogo, a pesar de tener matices “infantiles”, tiene un tono parecido, y es comprensible que fuera inaceptable para los contemporáneos de Sócrates.

No deja de ser curioso, que Meleto no pudiera poner ningún ejemplo de jóvenes corrompidos por Sócrates. Jenofonte pone dos al inicio de sus Memorias: . “Sí, pero - decía el acusador a esto – Cricias y Alcibíades, que fueron un tiempo acompañantes de Sócrates, causaron ambos al estado males incontables; que Cricias de todos los de la oligarquía, resultó ser el más rapaz y el más violento y sanguinario, como fue Alcibíades, de todos los de la democracia, el más intemperante y el más descomedido y más violento.”[205] Que no se haga mención de ellos en las apologías es raro, pues la fuerza del argumento no es poca. Los contemporáneos de Sócrates no podían dejar de ver la relación que existía entre su círculo de alumnos y la política. Aun cuando no acusaran al mentor de los desórdenes creados por los discípulos, al menos podrían pensar que su enseñanza no daba frutos positivos.

Hay también, por supuesto, razones políticas. Anito participaba en el gobierno activamente y la historia registra que era un buen demócrata. No hay nada que indique que poseía capacidad filosófica, y bajo este signo es aceptable suponer que nunca entendió las ideas de Socrates, y que probablemente tampoco le interesaban. Para Anito el sabio era un crítico de la democracia, que se reunía con los jóvenes aristócratas y, de hecho, un opositor. Un hombre que declaraba absurdo abiertamente, escoger por suertes a los encargados de cumplir funciones gubernamentales; pues para cumplir ese papel se necesitan de conocimientos que no cualquiera tiene. Esto va contra uno de los principios sobre los que se sustentaba el sistema político ateniense, a saber, que todos podían participar del gobierno. Sobre las críticas de Sócrates a los diferentes sistemas ya se habló antes en este capítulo, no hay necesidad de insistir más. Por otra parte, en las pocas oportunidades en que participó activamente del gobierno, sus decisiones fueron vistas como muy desafortunadas. Como el caso en que se opuso a la multitud, para evitar que se enjuiciaran a los generales en conjunto, pues esto contrariaba a las leyes. Al respecto Sócrates dice: “En efecto, no hay hombre que pueda conservar la vida, si se opone noblemente a vosotros o a cualquier otro pueblo y si trata de impedir que sucedan en las ciudades muchas cosas injustas e ilegales; por el contrario, es necesario que el que, en realidad, lucha por la justicia, si pretende vivir un poco de tiempo, actúe privada y no públicamente.”[206] Además, los jurados oyeron claramente decir a Sócrates que había abandonado sus deberes cívicos, sin más razón que sacar de quicio a sus conciudadanos, con preguntas que algunos podrían considerar capciosas. Pues no hay dudas de que entre los atenienses habrían muchos que, preocupados con el precio del trigo, no se percataron de que vivían en medio de una revolución cultural.

No obstante, la primera votación que lo condena es levemente desfavorable. De lo que se deduce que no era considerado en realidad un peligro para el Estado. Se debe también tener en cuenta que la democracia ateniense, en algunos casos, no fue especialmente dura con sus opositores. Los promotores del golpe de estado del 404 ane, habían actuado en la oligarquía del 411 ane. Que hubieran vivido durante casi una década, para actuar sediciosamente dos veces, es un ejemplo de la afirmación anterior. Por otra parte, los artistas y filósofos destacados, habían sufrido en repetidas oportunidades las consecuencias de los juicios democráticos. Protágoras, Anaxágoras y Fidias, pudieron sentirlas en carne propia. Después que fuera premiado con tres talentos el hombre que denunció a Alcibíades, en ocasión de la profanación de las estatuas de Hermes, ser delator se volvió algo tentador. En la Atenas de finales del siglo V ane se desató una tremenda furia judicial, una verdadera orgía de venganzas. Casi sobre cualquier ciudadano se podía cernir la sombra de un juicio. Los sicofantes estaban dispuestos a acusar y declarar por un precio muy módico. Los premios concedidos a los delatores aumentaba en cada asamblea, a propuesta de Pisístrato (que decía sonriendo: “la democracia necesita una limpieza a fondo”). Ni siquiera los amigos de los más altos funcionarios del Estado estaban a salvo. La amante (nada más y nada menos que) de Pericles fue acusada y llevada a juicio. Como se afirma en el Critón, las multitudes muerden con rabia a los que han incurrido en su odio, y Sócrates desgraciadamente cometió esa falta.

Algo que salta a la vista en las apologías es el lenguaje altivo y jactancioso de Sócrates. Jenofonte nos dice: “Es cierto que sobre esto han dejado escritos también otros, y todos han venido a dar en la arrogancia de su lenguaje, por lo que es sin más evidente, que Sócrates habló en realidad en esa guisa;”[207] Este autor no estuvo presente en el juicio. Al menos desde el 401 ane había abandonado Atenas; su Apología o defensa ante el jurado está compuesta, basándose en otras fuentes, incluyendo a Platón. Pero la obra de este último titulada Apología, refleja a Sócrates usando un lenguaje poco apropiado para una defensa.

En aquellos tiempos era usual llevar la familia del acusado a los juicios. Durante el discurso, los niños lloraban y la esposa daba desgarradores alaridos, este ardid estaba dirigido a hacer compadecerse al jurado. La treta se practicó durante años con muy buen resultado, al punto de volverse una costumbre establecida; así que nadie se sentía disminuido o avergonzado por recurrir a este método. Sócrates renunció a ello, pues consideraba vergonzoso acudir a ese procedimiento para salvar la vida. Era una deshonra, decía Sócrates, para la ciudad y las leyes. Tampoco preparó ningún discurso de defensa, sino que siguió la inspiración del momento. Según lo relatado por sus discípulos, transformó la defensa en uno de sus acostumbrados ejercicios dialécticos. Las defensas judiciales eran parte de la enseñanza de los sofistas, y es lógico suponer que la poca habilidad que Sócrates mostró debe haber resultado inaudita. Después de la primera votación, los acusadores no tenían razones para estar felices. Pero entonces Sócrates, para mal de males, se malquistó con el auditorio al proponer una multa risible, y como condena que fuera alimentado a costas del estado. Después de esto, una segunda votación lo condenó a muerte. La desmañada defensa del sabio fue sin dudas el motivo principal de tan trágico desenlace.

Todo lo anterior hace que despierten las sospechas de sus discípulos, y la intención de justificar la conducta del maestro se plasma en diferentes pasajes de sus obras. Jenofonte nos dice sin ambages que Sócrates no deseaba vivir por más tiempo. Hasta entonces, los setenta años, se consideraba a sí mismo un hombre muy afortunado: era justo, sabio, estaba en plena posesión de sus facultades y su cuerpo era robusto. ¿Qué le podía esperar después? Perder poco a poco su mente, que su cuerpo se debilitara paulatinamente hasta que sobreviniera alguna enfermedad, y morir entonces entre dolores. Ya había vivido suficiente, nada le deparaba el futuro sino sinsabores. Él, que había dedicado su vida a la tarea de aprender, que tenía los más altos ideales que podía albergar un corazón, que fue siempre devoto de la perfección intelectual y física, no quería que todo lo logrado se deshiciera con el proceso natural del envejecimiento. “Pero ahora, si todavía avanza más la edad, sé que será forzoso pagar los tributos de la vejez”[208] Cuando un amigo le preguntó sino no convenía revisar el discurso que haría en su defensa, replicó sencillamente que el “genio” se lo impedía. Agregó que durante toda su vida había preparado su defensa, pues había sido siempre justo y nadie podía decir que hubiera recibido de él ningún daño. “En cuanto que llegó hasta el final sin haber hecho nada injusto o malo, que es precisamente lo que juzgó la mejor preparación de una defensa”[209] Además, si era condenado, creía que los dioses le deparaban la mejor de las muertes. En vez de los achaques de la vejez y un final sin gloria, le daban la oportunidad de defender en público su credo y fijar con su firmeza una estrella al firmamento de la historia. “Cúan desgraciado es ese hombre (...) que no sabe, al parecer, que aquel de nosotros dos que deje cumplidas obras más útiles y más hermosas para todo el tiempo venidero ese es el vencedor.”[210] Por otra parte, la condena no lo amilana, sino que la injusticia cometida lo deja incólume. “Más tampoco, desde luego, por el hecho de que muero injustamente tengo que tener por ello la cabeza menos alta, pues eso no para mí es, sino para aquellos que me han condenado, vergonzoso”[211]

En los diálogos platónicos se adivina una actitud parecida. El desprecio por la muerte y la conformidad con el veredicto, o al menos la indolencia con que lo asume, pues en nada se afecta su buen ánimo al concluir el juicio, nos llevan a deducir que Sócrates, en realidad, no apreciaba por entonces mucho la vida. Por otra parte, consideraba más importante vivir bien, que simplemente vivir: “Examina, además, si también permanece firme aún, para nosotros, o no permanece el razonamiento de que no hay que considerar lo más importante el vivir, sino el vivir bien (...) La idea de vivir bien, vivir honradamente y vivir justamente son el mismo concepto”[212]. Al menos parece indiscutible que no le temía a la muerte: ”En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males.”[213] Ya cuando recibe el veredicto, cuando es claro que perecerá a manos del Estado, Sócrates dice que la muerte es incluso un bien. Su genio ha callado durante todo el proceso, esa voz que lo reprendía cuando iba a cometer incluso la más pequeña de las faltas, ha guardado obstinado silencio. De donde Sócrates deduce que lo que le ha sucedido es un bien. Su dios le había dado la muerte de la manera más fácil, y le permitía hacer defensa de sus ideales frente a los jueces, para que incluso el final de su existencia fuera parte de la misión a la que se entregó durante toda su vida.

En esta narración sobre lo ocurrido en el juicio, el sabio también reafirma su credo sobre la injusticia: “Sabed bien que si me condenáis a muerte, siendo yo cual digo que soy, no me dañaréis a mí más que a vosotros mismos. En efecto, a mí no me causarían ningún daño ni Meleto ni ánito (sic); cierto que tampoco podrían, porque no creo que naturalmente esté permitido que un hombre bueno reciba daño de otro malo. Ciertamente, podría quizá matarlo o desterrarlo o quitarle sus derechos ciudadanos. Éste y algún otro creen, quizá, que estas cosas son grandes males; en cambio yo no lo creo así, pero sí creo que es un mal mucho mayor hacer lo que éste hace ahora: intentar condenar a muerte a un hombre injustamente.”[214] Toda la Apología platónica es una exposición apasionada de los ideales socráticos. Fundamentalmente de un par de ideas: el valor infinito del alma y el cuidado que hay que hacer de la misma, por encima de cualquier otro bien; y el valor de la justicia como la verdadera salud del alma, que por esta razón, y no por conveniencias sociales, debe ser esa virtud antepuesta incondicionalmente a todo. No voy ahora tampoco a hacer colección de los ideales de Sócrates, pues ya se ha hecho a lo largo de este epígrafe. Sólo quisiera, antes de continuar, insistir en que Sócrates, incluso después de muerto, insistiría en su forma de vida: “Pues si, llegado uno al Hades, libre ya de éstos que dicen que son jueces, va a encontrar a los verdaderos jueces, los que se dice que hacen justicia allí: Minos, Radamanto, Eaco y Triptólemo, y cuantos semidioses fueron justos en sus vidas, ¿sería acaso malo el viaje? Además, ¿cuánto daría alguno de vosotros por estar junto a Orfeo, Hesíodo y Homero? Yo estoy dispuesto a morir muchas veces, si esto es verdad, y sería un entretenimiento maravilloso, sobre todo para mí, cuando me encuentre allí con Palamedes, con Ayante, el hijo de Talamón, y con algún otro de los antiguos que haya muerto a causa de un juicio injusto, comparar mis sufrimientos con los de ellos, esto no sería desagradable, según creo. Y lo más importante, pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quien de ellos es sabio, y quien cree serlo y no lo es.”[215] Este es un matiz realmente gracioso. En medio de la emotiva situación en que se encuentra: Sócrates nunca perdió su buen humor.

El drama de la muerte sigue más allá del juicio. El diálogo Critón tiene por escenario la cárcel, donde Sócrates espera la llegada del navío que señalará su final. La conversación se inicia el mismo día en que habían llegado noticias sobre el buque, y era ya seguro que en poco tiempo la sentencia se cumpliría. Entonces Critón le comunica el plan de escape; era evidentemente algo factible y casi acostumbrado, por lo visto, evadirse de la prisión. Sócrates decide someter la idea a la razón, y aceptarla si el diálogo crítico la valida. Casi al final de la pequeña obra, las leyes se “materializan” frente al filósofo, y lo convencen de que debe quedarse y cumplir con el contrato tácito que ha establecido entre ellas y él. Sócrates, el más justo de los hombres, debe cumplir las leyes hasta cuando ordenan la cicuta. Entonces es cuando se advierte que la muerte de Sócrates está teñida de la más sublime poesía.

Sócrates, como los héroes de la poesía homérica, tiene el don de profetizar cuando se acerca la noche eterna. Quizá esta sea una invención posterior y no un dato histórico, a pesar de que aparece en ambas apologías, pero nada impide que hagamos uso de ella. Que Platón, el único autor capaz de crear un símil tan bello como ese, halla elevado la imagen de su mentor con su ingenio, no es de extrañar, pero que lo pusiera en igualdad con los héroes homéricos, es muy interesante. Es probable que con ello quisiera dar a entender la enorme talla de su maestro. La belleza de la muerte de Sócrates, queda quizá aprehendida de la misma manera en que la sintieron sus discípulos, si se compara a la de Aquiles. Este sufrió por su cólera, y por vengar a un amigo. ¿Cuánto más bella es la suerte de Sócrates, cuyo exceso fue la búsqueda del saber y su sacrifico en aras del mejoramiento moral del hombre! El sabio de Atenas tuvo un final digno de su vida; una muerte heroica y original como él mismo: un hombre que había, desde hacía mucho, escapado a la mediocridad usual de sus contemporáneos, y vivía en la trascendente esfera de la historia.

"Piensa que estás muerto. Ya has vivido tu vida. Ahora aprovecha lo que te queda de ella y vívela como deberías."
Marco Aurelio Antonino (121 DC - 180 DC)

[204] La palabra filosófico se ha identificado ha menudo, en la mente popular, con una actitud cercana a la apatía.

[205] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pag. 30.

[206] Platón, “Apología”, Versión digital.

[207] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pag. 185.

[208] Ibídem. Pag. 186.

[209] Ibídem. Pag. 186.

[210] Ibídem. Pag. 193.

[211] Ibídem. Pag. 192.

[212] Paltón. “Critón”. Versión digital.

[213] Paltón, “Apología”, Versión digital.

[214] Ibídem.

[215] Ibidem.

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