Capitulo II.10
MÉTODO SOCRÁTICO

Según Jenofonte, siempre estaba Sócrates “donde había de encontrarse con más gente”[188] Esto es, en la plaza y paseos, pero muy especialmente en los gimnasios. La vida social, la conversación con los amigos, y los ratos de ocio, los tenían los griegos en los gimnasios. Werner Jaeger nos dice: “No sabemos si el nivel medio de aquellas conversaciones sería trivial o elevado; lo cierto es que las más famosas escuelas filosóficas del mundo, Academia y Liceo, llevan los nombres de dos famosos gimnasios de Atenas. Quien tenía algo que decir o algo que preguntar que consideraba de alcance general, y para lo que ni la asamblea popular ni el tribunal eran lugares adecuados, acudía a decírselo o preguntárselo a sus amigos y conocidos en el gimnasio”[189] Sócrates deambulaba por los gimnasios de Atenas, que eran muchos y de variado tipo, conociendo a nuevos jóvenes y conversando con viejos amigos. No había muchacho que destacara por sus cualidades, que no llamara su atención y fuera a la postre conocido por el sabio.
Era en esos trances que impartía su enseñanza. Su vehículo era la palabra hablada. El diálogo era la forma natural que cobraba la investigación filosófica. En ese esfuerzo conjunto hacía la verdad, consistía la misma. Por esta razón, escribe más tarde diálogos Platón. Quizás Sócrates consideró tan importante la presencia del maestro, que nunca puso por escrito estas conversaciones. Quizá, la acción de filosofar, tenía que darse en este ámbito y no en la soledad de los gabinetes. El contexto en el que se desarrolla la actividad de este hombre resulta entonces esencial para comprender su íntimo significado. Hay que imaginarlo en los concurridos gimnasios y en las plazas, a la hora en que ardían de gente. Ni siquiera se alejaba de los muros de la ciudad, pues los árboles, según decía, nada podían enseñarle. Era allí, donde la vida se anudaba, donde deseaba estar. Indagando siempre sobre la vida misma. Examinando a los jóvenes con sus preguntas, para separar a los “flojos” de los que realmente tenían algo que dar de sí.
Werner Jaeger nos dice: “Sócrates se mueve entre el trajín afanoso de la escuela atlética ateniense, del gimnasio, donde pronto se convierte en una figura nueva e indispensable, al lado del gimnasta y del médico”[190] Este autor halla una serie de parecidos sorprendentes, entre la medicina y el diálogo socrático. Revisémoslos. La primera es el parecido que existe entre el acto de desnudarse para ser revisado por el médico y la conversación socrática. Como dicta el Cármides: “¿Por qué, pues, no lo desnudamos, de algún modo por dentro y lo examinamos antes que a su figura?”[191] Otro importante aspecto en que se asemejan la medicina y la filosofía socrática es en el uso de la inducción. Aristóteles nos dice que éste es uno de los grandes logros de Sócrates, y todo parece indicar que se aprovechó del mismo hasta la saciedad. “Pero hay temas, desde luego, Sócrates –le dijo -, de los que no tendrás más remedio que abstenerte: los zapateros, los carpinteros y los herreros, que es que además yo creo que deben de estar agotados de tan traídos y llevados que los tienes”[192] – le dice Cricias a su antiguo profesor, haciendo referencia a los ejemplos de este último. El método inductivo era casi desconocido en el campo de la filosofía, pues las observaciones de los cosmológicos, aunque pacientes y minuciosas, no llegaron a plasmarse como método, y por tanto debemos reconocer a Sócrates el mérito de este aporte. También utilizó a menudo la información que la medicina había obtenido para justificar sus creencias. “Sócrates es un verdadero médico. Hasta el punto de que, según Jenofonte, no se preocupaba menos de la salud física de sus amigos que de su bienestar espiritual. Pero es sobre todo el médico del hombre interior.”[193] La imagen del filósofo como médico se refuerza al leer el diálogo platónico titulado Cármides. Sócrates es presentado como un médico al joven, con la promesa de que podrá curarle de un dolor de cabeza matutino. El mentor de inmediato le dice que si no puede curarle antes el alma, nada podrá hacer por su cabeza. “Pues es del alma de donde arrancan todos los males y los bienes para el cuerpo y para todo el hombre; como le pasa a la cabeza con los ojos. Así pues, es el alma lo primero que hay que cuidar al máximo, si se quiere tener bien a la cabeza y a todo el cuerpo. El alma se trata, mi bendito amigo, con ciertos ensalmos y estos ensalmos son los buenos discursos, y de tales buenos discursos, nace en ella la sensatez.“[194]
Hay aquí otro descubrimiento importante para la filosofía, aunque en verdad sólo muy tímidamente se expone. Según el extranjero (probablemente imaginario) que Sócrates cita, y que le ha enseñado sus hechizos, los médico griegos fallan porque no entienden el organismo humano como un todo, donde el cuerpo y el alma deben ser tratados a un tiempo. Llevado a términos modernos está exponiendo el punto de vista de la totalidad. No hace más que sugerir que el análisis debe tener en cuenta el todo, y no sólo las partes aisladas; pues el conocimiento de estas por sí mismas, es incompleto o imposible, sino se vinculan a la totalidad.
Hay que decir que Sócrates también se preocupa por el cuerpo de sus amigos. En una de las pláticas que Jenofonte transcribe, Sócrates increpa a un hombre que tenía descuidado el cuerpo. El mismo parece que se cuidaba mucho el suyo. En - el capítulo XII libro III de – las Memorias, Sócrates discute con Epígenes las ventajas de cuidarse el cuerpo y lo convence de la necesidad que tiene el hombre de ocuparse de su forma física.
Otro aporte notable de Sócrates a la filosofía es el concepto. En sus conversaciones siempre lo vemos afanado en descubrir el significado de algunos valores morales como la justicia, la piedad, etc. Es evidente que trata de atrapar la esencia de esas palabras (y no una definición de diccionario). Cuando alguien le responde con ejemplos, una y otra vez, como Hipias, él trata de hacerle comprender que lo que busca es aquello común a todos esos ejemplos. ”Los diálogos eléncticos discurren en su totalidad bajo la forma del intento repetido de captar el concepto general que sirve de base a la palabra que se usa para expresar un valor moral, tal como valentía o justicia”[195] Lo que buscaba con sus charlas era, pues, definir conceptos. Esto representa un tremendo avance en el marco de la lógica. Es cierto, como objetan algunos autores, que sólo usó estos conceptos aplicados al mundo moral. Esto hace de ellos conceptos normativos, o sea, que se ocupan del “deber ser” más que del “ser”. Este es, de cualquier forma, el significado que los conceptos tienen posteriormente en la filosofía antigua. Cuando Nietzsche lo ataca, lo hace con conciencia de que es la figura clave. Con este ateniense surge, desde la óptica de Nietzsche, la filosofía occidental, con todo el racionalismo que tanto critica el alemán. Brotan de Sócrates los valores e ideas, como la organización teleológica del mundo alrededor de la idea del bien, que serán tan severamente tratados por Nietzsche. No hay que creer que Sócrates logró acercarse siquiera, a la claridad lógica que logran luego Platón y Aristóteles. Sería difícil explicar que varios de sus discípulos se dirigieran al saber de índole práctica, si considerásemos que el diálogo socrático sólo se basaba en la definición de conceptos. Había, sin lugar a dudas, otros elementos de sabiduría popular. Otro aspecto metodológico relacionado con los conceptos es la imposibilidad de razonar al infinito. Esta limitación se hace patente en el Lisis, y creo que puede atribuirse al Sócrates histórico. La idea que subyace es la necesidad de partir de principios para poder razonar. Cuando en las Memorias llama a Odiseo “orador sin fallos”, aclara que esto se debe a que partía de los principios generalmente aceptados por todos. Aunque alguno de los principios socráticos, como ya se vio antes, era poco o nada populares, queda el hecho de que aceptara la necesidad de los mismos en el arte de razonar, como una base inevitable de la cual partir.
Platón señala dos facetas diferentes en los diálogos: la exhortación y la indagación. Estos dos elementos se consideran originales del diálogo socrático y propios de su arte. Son dos fases del mismo proceso, pues en el diálogo ambas se desarrollan por medio de preguntas, y se hallan esencialmente entrelazadas. Por medio de la exhortación se alienta al interlocutor a ser mejor de lo que es. Estimula la virtud y despierta el interés en el conocimiento de la misma. Este es el elemento que explica las posteriores inclinaciones de algunos de sus discípulos: aquellos que hicieron hincapié en el desarrollo práctico de la filosofía. Esta faceta del diálogo y de su doctrina, fue la que más tarde desarrollaron las escuelas cínica y cirenaica. La indagación es un examen del interlocutor. En este examen, también denominado ironía, se desarrollaban a través de preguntas los puntos de vista del interlocutor. Si se encuentran contradicciones internas en el discurso, o con hechos reconocidos, se demuestra la falsedad de sus posiciones. Entonces hay que introducir alguna corrección y volver a realizar el proceso, o sencillamente rechazar la tesis propuesta en bloque. Este método era preámbulo necesario para obtener alguna sabiduría. Según Sócrates, aquel que sabe que es ignorante procura saber, por eso es necesario desenmascarar todo saber aparente. Y esta es otra de las implicaciones que tiene la frase: “Sólo sé que no sé nada.” Estos dos elementos son propiamente socráticos.
Es probable que Sócrates se aplicara mucho más a la ironía y la exhortación que a las difíciles demostraciones lógicas de Platón. Es posible que gran parte de su enseñanza tuviera carácter práctico. Jenofonte debe defenderlo en las Memorias –libro IV capítulo IV- de la acusación de escurrirse siempre sin dar respuestas. Esto nos indica que quizá Sócrates se esforzaba mucho más tratando de despertar la duda en los otros, que en aclarar conceptos especiales hasta el fondo, aunque sin lugar a dudas esto formara parte de su labor. Para entender todo lo anterior es necesario tener en cuenta que la ironía era una suerte de test moral, no una búsqueda puramente teórica. Cuando se perdía una discusión con Sócrates, no sólo se evidenciaba la incapacidad lógica y dialéctica del interlocutor, sino que se cuestionaban las bases mismas sobre las cuales vivía. Si se carece de justificación para las propias acciones, o se es incapaz de defender de manera lógica los puntos de vista sobre los cuales se actúa, entonces toda la forma de vida debía ser considerada como moralmente deficiente. Si se evidencia que los principios del interlocutor son falsos, pues no soportan las espinosas reflexiones de Sócrates, se deben abandonar de inmediato y cambiar la vida que se basaba en los mismos. El diálogo se transforma en algo más que una discusión teórica sobre los principios generales del actuar, y provoca el mejoramiento moral del individuo.
Sócrates comparaba su arte con el de una comadrona (él mismo era hijo de una mujer que tenía ese oficio) pues su función era hacer parir ideas a los otros. Según Roa, Sócrates nos ha legado el más refinado método de enseñanza; se refiere precisamente a la mayéutica. Por medio de la misma, el profesor intenta instruir de manera sutil; por medio de una serie de preguntas logra que el discípulo llegue por sí mismo a las conclusiones. De esta manera, el alma queda impresionada por el conocimiento. La conversación fluye como si el que aprende tuviera ya dentro de sí el conocimiento, y requiriese nada más conectar los diferentes elementos del mismo. Esta actividad pedagógica requiere de la presencia del profesor. Ningún libro puede sustituirlo, pues la mayéutica sólo es posible en el diálogo directo y de estilo interactivo. Este método hace que la fuente del saber sea la discusión misma entre los hombres. El proceso de conocimiento se vuelve eminentemente social, y acata así la esencia misma de todo saber. Se requiere de mucho talento para poder valerse de la mayéutica, pero esto, como sabemos, no era una dificultad para Sócrates. El que casi todas las escuelas posteriores al siglo V ane, fueran fundadas por alumnos de Sócrates, nos indica que, en efecto, éste sabía hacerle parir ideas a los hombres.
"Pensar es el diálogo del alma consigo misma."
Platón (427 - 348 AC)
[188] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pag. 25.
[189] Jaeger, Werner, "Paideia los Ideales de la Cultura Griega", La Habana 1971. Pag. 411.
[190] Ibídem. Pag. 411.
[191] Platón. “Cármides”. Versión Digital.
[192] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pag. 37.
[193] Jaeger, Werner, "Paideia los Ideales de la Cultura Griega", La Habana 1971. Pag. 410.
[194] Paltón, “Cármides”, Versión digital.
[195] Jaeger, Werner, "Paideia los Ideales de la Cultura Griega", La Habana 1971. Pag. 442.