Capitulo II.9

RACIONALISMO EXTREMO

May 05, 2025
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La investigación de Sócrates tiene como meta la definición de las virtudes. Se está así señalando algo específicamente socrático, la virtud es una especie de saber. Durante todos los tiempos, el sentido común ha creído, que se hace el mal, a pesar de saber en qué consiste el bien. Incluso cuando la decisión sólo lo afecta directamente al agente mismo (como el caso de las adicciones, por ejemplo, donde la voluntad no asiste al individuo para alcanzar el bien). Para Sócrates esto es un absurdo. El hombre siempre desea y escoge lo que considera mejor. No hay malvados, sólo ignorantes. Encontrar el sentido a una afirmación, aparentemente paradójica como ésta, no es, en efecto, nada fácil. Aristóteles en sus libros de ética, al mirar por sobre el hombro las tesis de Sócrates, las considera exageradamente intelectualistas y las critica. Veamos qué nos dice Werner Jaeger, sobre el particular: “El conocimiento del bien, que Sócrates descubre en la base de todas y cada una de las llamadas virtudes humanas, no es una operación de la inteligencia, sino que es, como Platón comprendió certeramente, la expresión consciente de un ser interior del hombre. Tiene su raíz en una capa profunda del alma, de la que ya no pueden separarse, pues son esencialmente uno y lo mismo, la penetración del conocimiento y la posesión de lo conocido.”[183] Se puede pensar en refutar esta tesis, trayendo la experiencia de multitud de casos en los que saber qué es el bien, y actuar de acuerdo al mismo, no coinciden. Casi cada hombre podría aportar una refutación de este tipo; aunque en principio basta un solo caso para refutar la tesis (según nos enseña la lógica). Para Sócrates, en cambio, esto sólo demuestra que la sabiduría es escasa. Esta tesis está en perfecta concordancia con su crítica al saber, que antes tratamos, cuando predica su magisterio de ignorancia. El mismo no se jacta de poseer esa sabiduría, pero no duda ni por un momento que exista. “La existencia de este saber es para Sócrates una verdad de firmeza incondicional, pues se demuestra como base de todo pensamiento y de toda conducta éticos tan pronto como indagamos las premisas de estos.” [184]

La investigación de las virtudes por separado consiste, en un último momento, en la investigación del bien. Cada una de las virtudes está internamente conectada a las demás, pues todas dependen del conocimiento del bien supremo. En la investigación, no ya de las virtudes por separado, sino de la virtud en sí, la búsqueda se torna una indagación del bien que se revela en las virtudes particulares. Pero aquí hay una paradoja como la anterior. De esta tesis se deducen consecuencias que chocan inevitablemente con nuestra experiencia. Esta unión de las virtudes alrededor del bien, implica que para ser valiente hay que conocer el bien en su totalidad, con lo que una virtud seguiría a la otra necesariamente. No se podría ostentar valor, sin ser al mismo tiempo prudente, justo, y cuantas virtudes existan. Esto contrasta gravemente con las apariencias, que parecen mostrarnos hombres prudentes, pero cobardes, y otros de fiero coraje, pero notablemente injustos. “Sin embargo Sócrates es tan inexorable en este punto, como en su certeza inquebrantable de que la virtud es el saber. La verdadera virtud es para él una e indivisible. No es posible tener una parte de ella y otra no. El hombre valiente que sea irreflexivo, desaforado o injusto, podrá ser un buen soldado en el combate, pero nunca será valiente para consigo mismo y para con su enemigo interior, que son sus propios instintos desenfrenados”[185]

La naturaleza de este bien lleva implícita la idea, de que nadie que lo conozca puede apetecer el mal. La voluntad humana siempre opta por lo mejor, o lo que considera mejor; lo que sucede con frecuencia es que la ignorancia ciega sus actos. Nadie nunca puede errar voluntariamente. Platón demuestra lo absurdo de la tesis contraria con una brillante demostración: sólo el que sabe qué es el bien, puede hacer voluntariamente el mal, así como sólo el que sabe escribir bien puede ex profeso escribir mal, pero el que sabe qué es el bien es sabio, y éste no hará el mal adrede. “Para Sócrates constituye una contradicción consigo misma la de que la voluntad pueda querer el mal sabiendo que lo es. Parte, pues de la premisa de que la voluntad humana tiene un sentido. Y el sentido de la voluntad no es destruirse ni dañarse a sí misma, sino el de su conservación y construcción. La voluntad es racional en sí misma, porque se dirige al bien.”[186] Desde entonces, esta idea se ha extendido notablemente penetrando en la conciencia popular. Hablamos de una meta en la vida. Esta meta se identifica con el bien, lo que la conducta humana debe perseguir forzada por su naturaleza.

El racionalismo de Sócrates en cuestiones morales ha causado asombro a lo largo de siglos. Las constantes paradojas a las que nos arrastra su pensamiento y la apasionada defensa de las mismas por sus discípulos, generan otras tantas dudas en nosotros. Lo cierto es que ponía toda su fe en la razón y hacía depender de la misma a toda la conducta humana. En ninguna de las fuentes se puede encontrar de dónde surgió este intelectualismo a ultranza. El único motivo de la actividad del hombre, acertada o no, era el pensamiento. Parece ignorar por completo que hay otras fuentes de motivación en el hombre que producen acciones voluntarias, más allá de las ideas del bien o del mal, y de lo que es correcto o no. Hay que tener en cuenta que esto no constituía más que un ideal. El hombre perfecto, con total dominio sobre sí y verdaderamente sabio, era una imagen que cumplía funciones normativas. Los jóvenes debían aspirar a volverse así, pero alcanzar este objetivo era casi imposible. Esta reducción de la conducta humana a un racionalismo extremo, parece en principio, exagerada, porque carece de lugar en esta concepción todo deseo o sentimiento individual. En esta concepción sobre el actuar humano, el bien rige todo el ámbito de la práctica como ideal a seguir. Es notable que este bien sea de índole política y se identifique con el bien de la comunidad. El individuo debe renunciar por completo a sus deseos individuales a favor de esta última. Esto es un reflejo de la vida en la polis, donde la asamblea tenía (al menos en teoría) control sobre todo aspecto de la vida del ciudadano, y su autoridad era total.

Para Sócrates la meta de la vida es la sabiduría. Hay estudiosos que afirman que en la doctrina socrática, era condición necesaria y suficiente para tener una vida feliz. El saber infalible que supone (que nunca se ve turbado siquiera por las pasiones, a tono con el racionalismo general en el pensamiento de Sócrates) brinda la capacidad necesaria para hacer los juicios y tomar las decisiones que lleven a la felicidad. La sabiduría es una meta que sólo puede alcanzarse dedicando toda la vida al estudio, el análisis y la búsqueda de la verdad. Este es uno de los elementos más encantadores de su ideario filosófico. Es lo más divino que tenemos es nuestra alma, y la inteligencia tiene como función el conocimiento. Por lo tanto, nuestra vida debe dirigirse al saber. Pero no al saber de especialista, no estamos hablando de conocer de memoria a Homero, o tener una cultura erudita. El saber que se busca, es el más divino de todos los saberes, que tiene por objeto al bien. “La cultura en sentido socrático se convierte en la aspiración a una ordenación filosófica consciente de la vida que se propone como meta cumplir el destino espiritual y moral del hombre. El hombre, así concebido, ha nacido para la paideia. Esta es su único patrimonio verdadero.”[187] En la distancia resuenan las palabras de otro sabio, Bías de Priene, que exclamó: “omnia mea mecun porto”; cuando huía de la polis, junto al resto de los ciudadanos, sin ninguna posesión. Y Sócrates dedicó su vida a este saber. Parece ser que descuidó toda otra ocupación y vivió bastante cerca de la miseria durante largos años. Se entregó por completo a la filosofía, hasta límites que provocaron la burla de sus conocidos y enemigos.

"No hay un gran genio sin una mezcla de locura."
Aristóteles (384 - 322 AC)

[183] Jaeger, Werner, "Paideia los Ideales de la Cultura Griega", La Habana 1971. Pag. 445.

[184] Ibídem. Pag. 445.

[185] Ibídem. Pag. 446.

[186] Ibídem. Pag. 448.

[187] Ibídem. Pag. 450.

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