Capitulo II.8
EL ALMA Y LA VIRTUD

La comparación de Sócrates con un médico se puede extender mucho. No cabe duda de que conocía la medicina de su época, y con cierta profundidad. Las discusiones que tiene sobre el universo parten, a menudo, de la disposición de los órganos humanos y entonces demuestra conocimientos anatómicos algo refinados. Pero es sobre todo, un médico del alma: lo que él procura es, ante todo, el bienestar espiritual de sus amigos.
Vamos a detenernos en el concepto de alma. Lo primero que podemos notar, es que se valora mucho más que los bienes materiales, e incluso por encima de los bienes corporales. El interés por la salud del alma, puede caracterizarse como el cuidado de la virtud y la verdad en la misma. En la literatura platónica hay un sinfín de pasajes que hablan del “alma en peligro” y del “cuidado del alma”. También hay pasajes que soportan la idea de que el alma era lo que de divino tenía el hombre y, por tanto, el bien al que más atención dedicarle. Este postulado es a nuestros oídos bien simple, debido a que estamos inmersos en la tradición cristiana, propia de la cultura occidental. No nos cuesta entender que alguien opine de esa manera. Pero en la antigua Grecia no era tan común esta creencia. Por primera vez la palabra alma, cobra un significado filosófico con acentos ético-religiosos. Este es un aporte de Sócrates a la cultura occidental. El valor infinito del alma de los hombres es uno de los pilares sobre los que se asienta su obra. El alma es, por primera vez en la historia del pensamiento, el sustrato sobre el que descanza la personalidad y la moral del hombre. Con anterioridad a Sócrates el alma no constituía el “yo” de la persona. Las sombras homéricas que moran en el Hades, no son los héroes, sino más bien una imagen de los mismos. En el orfismo el alma es un huésped divino que habita en nosotros, y por lo tanto, otro, más que “yo mismo”. El paso imperecedero que da Sócrates es hacer del alma lo constitutivo de la persona humana e identificarla con el “yo”.
Esta separación radical entre alma y cuerpo está directamente vinculada con la nueva jerarquía socrática de los bienes. En primer lugar están los bienes del alma, luego los del cuerpo, y por último los bienes materiales. El alma tiene el lugar dominante en esta teoría de los bienes, por su condición de divina. No hay por qué suponer que predicará sobre el destino del alma después de la muerte. “La posición socrática ante el problema de la perduración del alma aparece seguramente bien definida en la Apología, donde en presencia de la muerte no se nos dice cuál será su suerte después de ésta.”[175] La virtud y la sabiduría deben amarse por sí mismas, y no por un premio de ultratumba. Todo esto lo aleja de las concepciones del movimiento órfico, que afirmaban que el alma hacía una serie de reencarnaciones antes de volver a su patria divina. También se aleja de Platón, que, con sus mitos, enredó al alma en aventuras que Sócrates nunca imaginó. Tampoco es probable que Sócrates pensara el alma como sustancia, cosa que más tarde hizo Platón. De hecho, no es probable que Sócrates tuviera una definición de alma, con todas las especificaciones necesarias para establecer una doctrina psicológica.
Cuando hablo de una “división radical” entre el alma y el cuerpo, me refiero a que existe una diferenciación visible entre ambas cosas. No se puede aventurar la hipótesis de que Sócrates creyera en la existencia del alma con independencia del cuerpo. “El alma de que habla Sócrates sólo puede comprenderse con acierto si se la concibe juntamente con el cuerpo, pero ambos como dos aspectos distintos de la misma naturaleza humana. En el pensamiento de Sócrates lo psíquico no se halla contrapuesto a lo físico.”[176] Las virtudes como la prudencia, el valor, la piedad, etc, son verdaderas excelencias del alma, en la misma forma en que lo son la belleza y la fuerza para el cuerpo. Estas virtudes responden a cierta simetría de las partes; al igual que la belleza radica en las proporciones del cuerpo, las virtudes del alma dependen de esta simetría entre las partes del mundo interior del hombre.
Hay autores que plantean que toda la ética antigua tiene como idea básica la medida, otros en cambio dicen que gira alrededor de las virtudes. Personalmente, estoy de acuerdo con el segundo de estos criterios. Ambos conceptos están presentes en Sócrates. No parece que halla aportado nada original al primero. En cuanto al segundo, desplazó su asiento al interior del hombre. Hizo del alma la receptora de las virtudes más importantes, imprimiéndole con esto un giro tremendo a las ideas de la filosofía. La cultura popular griega identificaba la prosperidad material como una señal del favor de los dioses. Esta creencia está en fuerte tensión con la idea, antes expuesta, de que las características del individuo y su alma tienen primacía determinante sobre el buen vivir. Esta tesis halla su adalid en Sócrates, que plantea que la virtud es el único bien intrínseco.
Las virtudes se identifican con el conocimiento, que es lo propio del alma, de manera que cada virtud es un saber o una ciencia. Nada puede ser usado bien sino se usa con inteligencia, de lo que se deduce que nada tiene valor intrínseco y que el único valor permanente es la sabiduría. Por otra parte, y a medida que la reflexión platónica avanza en los primeras obras de su vida, las virtudes parecen reunirse en un solo “corpus” cognoscitivo. Es la única solución posible dentro del racionalismo socrático. La virtud individual está en relación con el saber que se tenga de los bienes (que deben alcanzarse) y los males (que deben evitarse). Las virtudes individuales se siguen necesariamente las unas a las otras. Nadie puede ser valiente sin ser a la vez, mesurado, y sabio, etc.; pues todas forman parte del conocimiento general de que es el bien. Esta postura quizá no fue tan clara en Sócrates, como en su más preclaro alumno; no obstante parece verosímil que formara parte del credo del mentor. Las virtudes están intrínsecamente ligadas a la realización del bien, pero no se encuentran (como pudiera pensarse) en contradicción con la felicidad. Las cualidades que usualmente llaman virtudes, nos hacen mejores en la realización de nuestras funciones como humanos. De esta forma, la vida virtuosa es necesariamente la mejor y la única realmente feliz.
Llegamos por aquí a una de las cuestiones más interesantes del pensamiento socrático. Veamos primero qué dice Werner Jaeger: “Para Sócrates lo bueno es también, indudablemente, aquello que hacemos o queremos hacer en gracia a sí mismo, pero al mismo tiempo Sócrates reconoce en ello lo verdaderamente útil, lo saludable y, por tanto, a la par, lo gozoso y lo venturoso, puesto que es lo que lleva a la naturaleza del hombre a la realización de su ser”[177] Esta ecuación de lo bueno con lo real, permanece a través de la historia de la filosofía: existe en Platón, y una versión de la misma se encuentra también en Aristóteles. El famoso comentario que Sócrates hace, a la doctrina de Anaxágoras y su principio inteligente (el nous), denota que él intuía que el mundo real estaba ordenado en relación con el bien. Este bien tiene carácter universal, no depende de las comunidades específicas, sino que es válido para todos los hombres en todo momento. En el Lisis platónico emerge la existencia de este bien sumo. Todos los bienes que buscamos en los casos específicos, como la salud, se pueden retrotraer a un bien primario y principal. Respecto a este último, todos los otros bienes son meros instrumentos. La existencia de este bien supremo debió estar presente en el pensamiento de Sócrates, y a partir de su enseñanza quedó impresa en la mente de los filósofos posteriores.
Hay también una identificación de lo útil y lo bello. A través de ésta se establece una identidad entre lo bello y lo bueno: “Y ¿es que tú crees – respondió - que una cosa es bueno y otra cosa hermoso? ¿No sabes que todas las cosas para un mismo respecto tanto son hermosas como buenas?”[178] Este rasgo del pensamiento socrático cobra notable profundidad en su discípulo Platón. Es a través de la obra de éste que trasciende, y desde entonces ha formado parte del credo de más de un hombre eminente- por citar a dos de mis preferidos, pensadores de talla universal, esta idea no era ajena al pensamiento de Martí, ni de José Ingenieros. Ciertamente, Jenofonte identifica constantemente lo bello con lo útil: “Cuán desgraciado es ese hombre – siguió diciendo – que no sabe, al parecer, que aquel de nosotros dos que deje cumplidas obras más útiles y más hermosas para todo el tiempo venidero ése es el vencedor”[179] El emparejamiento de los adjetivos no es casual, responde (algo casi extraordinario en la obra de Jenofonte, tratándose de pensamientos filosóficos) a la coherencia de una idea mantenida durante todo el texto. Es a través de la utilidad que la idea de lo bello y lo bueno se identifican, por transitividad. En los textos platónicos la utilidad juega su parte, como se vio más arriba, al tratar la amistad, pero la identificación se produce sin necesidad del término medio. No creo que este matiz fuera extraño al pensamiento socrático, pero resulta embarazoso decidir cual de las dos posiciones sostuvo el pensador histórico. A tono con el enfoque de este trabajo, se puede sostener que ambos razonamientos, aunque un tanto diferentes, pero al fin y al cabo con idénticos resultados, estuvieron presentes en Sócrates.
Hay también algunas afirmaciones curiosamente dialécticas en el mismo capítulo de las Memorias que citamos al inicio del párrafo anterior: “¿Quieres decir –le preguntó- que unas mismas cosas son hermosas y feas? ¿Y aún, por mi vida –contestó- que también digo que buenas y malas unas mismas”[180] Pero esto parece quebrar la ley de la contradicción como él mismo la usaba a menudo y muy especialmente en la ironía. Este problema ocupaba a Platón en sus últimos diálogos, cuando aceptaba que un hombre podía estar en movimiento y parado al mismo tiempo – si está parado y moviendo los brazos, por ejemplo. Sobre estos asuntos, quizás Sócrates no logró demasiada profundidad. Es cierto que Jenofonte no constituye muy buena fuente en materia filosófica. Su libro está, de hecho, plagado de contradicciones. Por traer una al azar: en el capítulo VI del libro II, se puede leer: ”bien sabido tienes que virtud de hombre es el vencer a los amigos en hacer bien y en el mal a los enemigos.”[181]; y en otro lugar afirma: “Ah, pero yo creía –contestó Sócrates- que el no querer hacer injusticia o daño era bastante muestra de virtud y de justicia. Pero, si a ti no te parece así, mira a ver si te place más del siguiente modo: que es que digo yo que lo que es según ley es justo.”[182] No hay que desarrollar demasiado los argumentos para que aflore la contradicción. La primera de estas máximas ni siquiera parece socrática por el tono, pero ¿se puede declarar espúrea? Es mi opinión, teniendo en cuenta estos elementos y otros antes desarrollados, que Sócrates no tenía concepciones diáfanas y terminadas sobre estos aspectos. Su pensamiento era algo vivo, en constante desarrollo y cambio, no una teoría dogmática, una estructura acabada y estable. Precisamente debido a que estaban vivas sus ideas y estrechamente ligadas con la vida misma, tenían contradicciones sus creencias.
Esta es la primera vez (exceptuando a Demócrito, que, por otra parte, se puede considerar posterior), que encuentro una apreciación estética de las aciones éticas. Según estas ideas, hay acciones bellas y son aquellas que pueden considerarse buenas. En la modernidad esta idea se ha hecho común; no faltan literatos que exalten la belleza del sacrificio personal, ni el cubano que diga al ver pasar una mujer hermosa, usando la misma identidad: “¡que buena está!”. Es una idea simple asociar las virtudes y bondades del alma, con la belleza interior. Esta idea, la identificación de lo bello y lo bueno, aparece aquí por primera vez en la filosofía. Esta identidad está en el núcleo de la filosofía de Platón, donde se suma otro nuevo elemento para formar una tríada: la verdad.
"El fin es vivir conforme a la naturaleza, quiere decir vivir según la virtud, puesto que la naturaleza nos conduce a ella."
Zenón de Citio (334 - 262 AC)
[175] Ibídem. Pag. 419.
[176] Ibídem. Pag. 421.
[177] Ibídem. Pag. 422.
[178] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pag. 121.
[179] Ibídem. Pag. 193.
[180] Ibídem. Pag 122.
[181] Ibídem. Pag. 89.
[182] Ibídem. Pag. 163.