Capitulo II.4
VS. LOS SOFISTAS

Los Sofistas y Sócrates son, como quien dice, dos caras de una misma moneda. Ambos son expresión del vuelco que la cultura ática da hacia el hombre. De hecho, sobre Sócrates pesó la imagen de los sofistas. En la Apología de Platón, debe defenderse de esa acusación implícita. Él sabe que esa es la visión que sobre él tiene la mayoría de los hombres. Esos que llama calumniadores, pues, al no entender sus diálogos, o ser refutados por él, afirmaban que su enseñanza consistía en ““las cosas del cielo y lo que está bajo la tierra”, “no creer en los dioses” y “hacer más fuerte el argumento más débil””[162]. La confusión entre las ideas de Sócrates y las de los sofistas parece extraña, pero en el siglo V ane, la diferenciación no era obvia. Sobre todo en los diálogos de juventud de Platón, se puede ver a Sócrates enfrascado en ejercicios dialécticos que pueden ser tomados como sofísticos.
Sin embargo, Sócrates es enemigo irreconciliable de los sofistas. Una de las diferencias de principio es que mientras los Sofistas dedicaban su vida a enseñar, Sócrates niega la pretensión de educar a alguien. Así lo dice en la Apología de Platón, cuando debe defenderse de la acusación de corromper a la juventud. Por supuesto, no quería decir con esto que él no educara a los que se le acercaban, negar esto sería absurdo, cuando todos veían en él la encarnación del maestro ideal. Tampoco significa que negara la necesidad de la educación. En las Memorias de Jenofonte - libro IV capítulo II- Sócrates estimula a Eutidemo a ponerse bajo la dirección de algún profesor, porque es totalmente necesario aprender de los que saben para poder desempeñarse con pericia en cualquier materia. En el Laques de Platón, la educación es exaltada como la forma de hacerse excelente. También se indica que la educación es, en primer lugar, la creación de virtudes en los jóvenes y la atención al asiento de las mismas: “Por tanto ahora, ¿decimos que tratamos la enseñanza con vista al alma de los muchachos?”[163]
Lo que se oculta tras sus paradójicas palabras es la crítica a la educación de aquellos tiempos, o sea, una crítica a los sofistas. Recuérdese que estos cubrían una necesidad existente en la sociedad de la que el Estado nunca se hizo cargo. Lo que deja a los sofistas como los únicos encargados de la educación. Al declararse ignorante, ataca indirectamente a los sofistas. ¿Cómo puede el más sabio de los hombres, como lo llamó el oráculo, ser un ignorante? Aún más ¿cómo es posible que toda su sabiduría consista precisamente en esta ignorancia? Con la frase “sólo sé que no sé nada” comienza una crítica a la erudición. Mientras los sofistas pretendían poder enseñarlo prácticamente todo, él se declara profesor de ignorancia. En sus charlas usa la ironía para desenmascarar a los sofistas. Una y otra vez deshincha sus pretensiones con sus dardos. Tanto en los textos de Platón, como en los de Jenofonte, los sofistas se estrellan contra las preguntas de Sócrates.
Hay varios contrastes que convierten al sabio de Atenas, en la imagen opuesta de los “maestros de virtud”. Los sofistas eran siempre extranjeros, que llegaban rodeados por un aura de celebridad. Su saber y sus artes siempre eran importados, y como toda mercancía importada, eran caros. Pues los sofistas cobraban por sus lecciones. Brillaban en los banquetes y aulas improvisadas. Andaban rodeados del “fasto” que correspondía a su saber y habilidad. Sócrates en cambio era familiar al extremo. Seguramente tenía importancia a los ojos de sus contemporáneos, el hecho de que fuera autóctono. No exigía remuneración alguna por sus conversaciones. La discusión con él se trababa sobre cualquier tema, de manera casi espontánea. No lo rodeaban sus alumnos sino sus amigos. Vivía, por otra parte, con mucha moderación. En los textos de Jenofonte se puede adivinar, que había no sólo rivalidad intelectual, sino también comercial – libro I capítulo VI. Sócrates se codeaba con lo más destacado de la juventud ateniense. El mismo reconoce en la Apología que los hijos de los ricos lo siguen, porque disponen de más tiempo. Era rodeado y admirado, justo por el grupo de muchachos, que cualquier sofista quisiera tener.
No se puede negar que enseñara el arte de la disputa. Una parte de la tradición presenta incluso a los socráticos como discutidores profesionales. Además, de no ser así, sería muy difícil de explicar la destreza de Platón en la esgrima verbal. En sus diálogos seguramente se valía de otras formas comunes de la erística como el mito, la explicación de sentencias de poetas, etc. Pero en cada escaramuza verbal, en cada diálogo y en cada contestación, se ve a Sócrates entregado profundamente al objeto del debate. Esta seriedad nos indica, que la discusión no persigue como fin vencer al rival. No se busca un triunfo público del intelecto individual, sino simplemente la verdad. “Sócrates imprime a la dialéctica un giro decisivo, refiriéndola a aquel único término que hasta el momento había sido descuidado, o sea, precisamente al interlocutor del diálogo mismo. Forzando al sujeto a replegarse sobre sí mismo, la dialéctica evoca el cuidado por la areté de la propia alma, provoca una perturbación existencial y, por tanto, un originario interés por la verdad, que desplaza la erística Sofística”[164] En el diálogo platónico titulado Eutidemo se ve a dos sofistas en acción. Se trata de dos figuras menores sin duda. Estos hombres entretenían sus ocios enredando con sus argumentos a los demás. El primero afirmaba tal cosa y la demostraba; luego su hermano demostraba lo contrario y oponía brillantes argumentos. La habilidad en la discusión, opacaba por completo el objeto de la misma. Sócrates se porta tolerante en extremo, y con finas ironías nos hace comprender que se burla de ellos. Este comportamiento banal le es ajeno. El sabio de Atenas sólo perseguía una cosa: descubrir la verdad. Y en esta orientación, eminentemente teórica, se diferencia de aquellos.
La forma en que conducía las discusiones era brillante. En sus conversaciones el humor tenía una buena parte. Se burla con insinuaciones, utiliza de seguido las ironías y todo el tiempo habla con vivacidad. La influencia que el diálogo de Sócrates ejercía, es bien descrita por Platón en un conocido parlamento de Alcibíades. Este casi hipnótico discurrir, mezclaba la profundidad y seriedad más angustiantes en el análisis, con la ligereza y picardía del hombre simple de pueblo. Eso fue, en mi opinión, lo que trató de atrapar Platón. Ese diálogo circunspecto y preciso, que no resulta penoso para el interlocutor, porque va armonizado por una singular maestría en el uso de la palabra, que incluye el humor más refinado.
Sócrates y los Sofistas comparten el giro antropológico de la cultura ática. Pero gracias a la acción de los segundos, lo ético queda relegado a un segundo plano. El interés de los Sofistas y el valor dominante que inculcaban era el éxito. Con Sócrates se restablece la ligazón entre la cultura espiritual y la cultura moral. Su insistencia en la creación de valores como justicia, valor, prudencia y temperancia, en los gobernantes no puede interpretarse de otro modo.
"A las personas no les molestan las cosas, sino las opiniones que les dan a esas cosas."
Epicteto (55 - 135 DC)
[162] Platón, “Apología”, Versión digital.
[163] Paltón, “Laques”, Versión digital.
[164] Hans Krämer, “Platón y los Fundamentos de la Metafísica”, Caracas 1996.