Capitulo II.2

EL PROBLEMA SOCRÁTICO

May 05, 2025
Image for Capitulo II.2

El “problema socrático” (como ha dado en llamarse por muchos historiadores de la filosofía) es uno de los enigmas contra el cual más lanzas han roto los especialistas. Una de las raíces del enigma consiste, puesto de manera sencilla, en que Sócrates no dejó nada escrito. Para conocer sus ideas, debemos indagar en la obra de sus discípulos y otras fuentes, las cuales se contradicen entre sí. A menudo se ha destacado la tendenciosidad de los escritores griegos (sus inexplicables silencios sobre algunos acontecimientos, y sus juicios imparciales sobre otros). Los alumnos de Sócrates no son excepción; máxime cuando el objeto de sus escritos tocaba tan directamente sus vidas y emociones.

Debido a la falta de un libro de su propia pluma, Sócrates resulta evasivo; pero se vuelve enigmático cuando se comprueba que, por un lado, los testimonios sobre su persona son divergentes y, por otro, que existe una larga tradición de interpretaciones discordantes que pesa sobre su figura. Es significativa la larga y variada lista de interpretaciones, que ha suscitado la oscuridad de su perfil filosófico. Desde el mismo nacer de la literatura socrática se observa este fenómeno; pues los alumnos deformaron la obra del maestro usando sus propios puntos de vista, como si ésta se reflejase en un espejo con relieve. Sus discípulos fundaron escuelas que diferían notablemente en cuanto al contenido de la enseñanza, y la mayoría proclamaba que eran poseedores de la verdadera herencia socrática. Entre los siglo III y I ane, tanto los académicos como los estoicos afirmaban lo mismo. Lo más sorprendente del caso, es la diferencia evidente que existe entre la doctrina de ambas corrientes. Los académicos habían derivado hacia una postura escéptica, y a tono con esta inclinación, la interpretación que daban de Sócrates era la de un buscador escéptico. Un sabio que investigaba ávidamente, pero que nunca estaba satisfecho, pues ninguna verdad había sido finalmente descubierta en las discusiones. Mientras, los estoicos leyeron los diálogos platónicos de una manera totalmente diferente. Para ellos, Sócrates exponía una doctrina completa sobre la ética, la psicología y la acción humana. Veían en él un sabio genuino, quizás el único que ha existido. El contraste entre las dos posturas es desconcertante. Es sin lugar a dudas, un tributo a la compleja y enigmática figura de Sócrates, que pudiera ser defendida como paradigma del escepticismo y del dogmatismo a un tiempo.

La cristiandad lo distinguió con la corona de los mártires, aunque en la Edad Media, era sólo un nombre famoso pasado a la posteridad por los autores antiguos. Ya en el Renacimiento, a medida que el nombre de Aristóteles caía, el de Sócrates se encumbraba. Se cuenta que incluso Erasmo le rezaba. Para Montaigne, Sócrates era la prueba de que el hombre puede organizar su propia vida de manera convincente, siguiendo la razón individual y con los recursos propios, sin necesidad de recurrir a Dios o a la tradición. En él encontraron la bandera del análisis libre los modernos. Descartes (y San Agustín mucho antes) usa sus mismas insignias: es un “filósofo de la duda”. Hay una cuerda secreta que une al sabio de Atenas con estos dos pensadores. La huella de su posición crítica, está fresca en las almas de aquéllos. De hecho, casi cada nuevo movimiento que surgía invocaba su nombre. Por ejemplo, se encontró en él a un “cristiano natural”, cuando se habló de religión natural.

Hegel interpretó a Sócrates como un pensador esencialmente negador (o negativo), que trataba de hacer vacilar a sus contemporáneos respecto a las superficiales creencias morales que sostenían, pero que no abrazó sinceramente ninguna de ellas. Así insinuaba que la verdad, aunque universal y objetiva, yacía profundamente dentro de la libertad de la subjetividad. Para Kierkegaard el sabio ateniense representaba, en cambio, la posibilidad de vivir sinceramente, ocupando de alguna manera una posición inarticulada más allá del rechazo, pero expresada por su infinita negatividad absoluta. Bajo la impresión causada por el sistema filosófico de Hegel, y a tono con sus ideas, Zeller escribió la obra que precisó por algún tiempo la figura de Sócrates. Esta imagen ha perdurado con poco cambio en el texto de Abbagnano. Esta interpretación es contra la cual Nietzsche se revela, y hace blanco de sus amargas críticas. Según este autor, Sócrates envenenó el espíritu trágico que hizo posible los altos logros de la cultura helena. La insistencia de Sócrates en que la vida debía ser justificada por bases racionales y guiada por el entendimiento, ataca el espíritu dionisíaco de la Grecia antigua. Sócrartes es, en esta interpretación, el creador de todo lo que el pensador alemán odia: la filosofía finalista, la moral de los esclavos, etc. No obstante, a pesar de la furia con que lo ataca, Nietzsche estaba obsesionado con el pensador griego, pues vuelve a él una y otra vez en sus textos. En el siglo XX nos sorprende Schilck, que ve en Sócrates el padre de la filosofía analítica, diciendo: “El fue uninvestigador del significado de las proposiciones, y particularmente de aquellas con las cuales los hombres juzgan mutuamente su comportamiento moral. Reconoció que precisamente estas proposiciones, que son evidentemente las más importantes para dirigir nuestra conducta, son también las más inciertas y difíciles, porque no se atribuye a las proposiciones morales ningún significado claro y unívoco. (...) Por el contrario, en las cosas de orden moral, reina hoy la misma confusión que en los tiempos de Sócrates. ”[151] Si algún ejemplo claro existe de las tesis revolucionarias de Kant, es la polémica que en torno al famoso sabio ateniense se ha desencadenado a lo largo de siglos. O sea, en Sócrates se han visto a sí mismos casi todos los autores que lo han buscado.

Básicamente hay dos fuentes para estudiar a Sócrates, en primer lugar Platón, su discípulo más renombrado en el plano de la filosofía; después Jenofonte, con pequeñas obras que (más que filosóficas) pretenden ser históricas. La literatura socrática llegó a ser un género de la época, pero ha desaparecido casi en su totalidad, dejándonos sólo a estos dos autores. Una tercera fuente es Aristóteles. Durante mucho tiempo se supuso que éste era un historiador imparcial, situado en la posición ideal para estar bien informado, porque la tradición aún estaba viva. Este criterio se ha debatido mucho, y la libertad con que Aristóteles escribe la historia de la filosofía anterior a él, da sin dudas lugar al debate. Una cuarta fuente sería Cicerón, pero es poco lo que éste aporta de nuevo. Diógenes Laercio nos dejó algunas páginas, pero salta a la vista que compuso su capítulo apoyándose en Jenofonte y Platón. Salvo un par de anécdotas, no podemos sacar nada nuevo de su texto. De modo que, salvo un par de frases de Aristóteles (a las que le voy a dar crédito), y las anécdotas de Diógenes Laercio, las fuentes son Platón y Jenofonte.

Cuando analizamos la obra de estos dos autores, las divergencias podrían quitarnos el ánimo. El Sócrates del primero es una magnífica imagen, llena de color y carisma... de un hombre que nunca existió. Es producto de la creatividad artística; por mucho que nos enamore y nos cueste, en consecuencia, reconocer su imprecisión. Es un personaje donde la inteligencia y la virtud del maestro han sido sublimadas. Aunque no sólo las suyas, todo el ambiente en que se desenvuelve es ideal, desde los interlocutores, hasta los personajes que aparecen de manera accidental. En mi opinión, se debe partir del criterio siguiente: no se debe dudar que los diálogos platónicos no son reconstrucciones fieles de la realidad ateniense de su época; esas bellísimas discusiones sólo existieron (tal y como son descritas) en la mente del escritor. Otra dificultad, es que Platón usa constantemente el nombre de su maestro para exponer su propia doctrina. En ciertos libros no lo hace, quizás porque se percató de que las ideas de esos diálogos, estaban demasiado lejos de las concepciones que su mentor había sostenido. En sus primeros libros defiende las tesis de Sócrates, y es lógico por tanto que use su nombre. Pero la doctrina fue variando poco a poco, pues el alumno alcanzó una profundidad en el análisis, que nunca soñó el propio maestro. El nombre de Sócrates siguió siendo usado, no obstante, para exponer la nueva teoría. Debido a esta equívoca situación resulta complejo demarcar el pensamiento de uno y otro filósofo.

El Sócrates de Jenofonte parece mucho más creíble de un primer vistazo. En las Memorias se puede casi palpar al sabio de Atenas. El problema estriba, en que resulta un personaje muy opaco. Este hombre, tal como lo pinta Jenofonte, no hubiera tenido tanta influencia sobre sus contemporáneos, y mucho menos a lo largo de toda la historia. Su medianía es un reflejo de la existente en el apologista, incapaz de entender la grandeza intelectual debido a sus propias limitaciones. Hay otras objeciones que hacer: Jenofonte no compuso este libro sino muchos años después de abandonar la compañía de Sócrates; con quien no pasó mucho tiempo, según algunos autores. Es lógico que auxiliara su memoria con otros textos. En especial, parece que usó un texto de Antístenes, lo que provocó un acercamiento de la figura del maestro al cinismo. Es también bastante evidente que, en algunos momentos, Jenofonte está poniendo sus propias reflexiones en boca de Sócrates. Ejemplos son, las disgreciones sobre los generales en el libro III (que curiosamente Werner Jaeger no encuentra sospechosas), pero que parecen más surgidas de los intereses de un aventurero como Jenofonte, que de los de un filósofo. Además, no se puede sostener (ni de juego) que Jenofonte sea un historiador imparcial. Todo su libro es una defensa a ultranza, que puede tornarse deformadora en algunos aspectos. Su insistencia en la religiosidad de Sócrates, y su buena influencia sobre los jóvenes, tienen sabor artificial en algunos pasajes. Enfrentémoslo: un hombre de esa estampa intelectual, no hubiera llamado sobre sí la atención del Estado... ni de la historia.

Como podemos ver, de todo lo anterior, el “problema socrático” nos presenta dificultades quizás insalvables. Cabe pensar que ya nunca podremos limpiar a Sócrates, de todas las incrustaciones que ha sufrido a lo largo de los tiempos. He valorado la idea de ignorar a Sócrates como filósofo unitario. Me explico, se podría analizar por separado a Jenofonte y los primeros diálogos de Platón, y renunciar al intento de fundirlos en un individuo. No se perdería información; para una historia de la ética de corte descriptivo, la idea sería quizá plausible. Pero en el contexto de este trabajo, hay que desecharla. Se hace necesaria la unidad, para que tengan coherencia temporal y explicativa las ideas éticas que voy a exponer.

Estas reflexiones me llevaron a otras. Quizás Sócrates no era, después de todo, un solo hombre. Quizás Sócrates fue, varios hombres a un tiempo. Me explico: Todos podemos comprobar en nuestra propia vida cotidiana, que nuestra manera de expresarnos cambia en dependencia de a quién nos dirijamos. Es lógico suponer, que esto también se diera en el pensador que estudiamos. Es probable que Sócrates, un maestro de profundidad e intuición inigualables, dirigiera sus diálogos a temas filosóficos cuando hablara con jóvenes de talento intelectual como Platón. Y que con otros, menos dados a la reflexión, como Jenofonte, hiciera hincapié en la doctrina moral. “it is possible, even propable, that in his efforts to help his young men improve themselves Socrates spoke differently to the philosophically more promising ones among them –including Plato- from the way he spoke to others, for example Xenophon.”[152] Esto explicaría las evidentes diferencias entre los textos de Platón y Jenofonte, no sólo con el genio exaltado de uno y la estupidez (perdonen la expresión) del otro; sino de manera más humana. Los dos retratos serían verdaderos hasta cierto límite, y no falsos hasta cierto punto.

Reconsideremos ahora lo dicho anteriormente sobre las fuentes. Platón no requiere aclaraciones; baste con lo que ya se dijo. Jenofonte es una pieza totalmente distinta. Mucho se ha escrito sobre su incomprensión de las ideas de Sócrates, y estas afirmaciones parecen fundadas. Pero es necesario aclarar que Jenofonte no fue, en todo caso, un hombre inculto. Todo parece indicar que era un militar de talento y hombre de letras inteligente. Su carrera como militar demuestra que tenía tacto, previsión e inteligencia poco comunes. Su obra, compuesta por bastantes volúmenes, por cierto, ha tenido notable repercusión en la historia. Alejandro Magno no hubiera conquistado el imperio persa, sin las lecturas concienzudas que hizo del Anábais. Esta obra es la primera que, aún hoy, leen los estudiantes de griego. Aunque las ideas de Jenofonte por lo general son moralistas y vulgares, su exposición es singularmente clara. Su estilo es simple y elegante. La sinceridad y el sentido común son sus mejores características. La magnífica opinión que de Jenofonte tenían en la antigüedad, es transmitida por Diógenes Laercio. Es cierto que su talento filosófico no puede compararse con el de Platón, ni de lejos; pero no hay muchos pensadores entre sus contemporáneos, que puedan rivalizar con éste: los genios no nacen por racimos[153]. Resultaría gratuito suponer que Jenofonte era totalmente incapaz de retener algo de la esencia socrática. Las Memorias, por ejemplo, no ceden en profundidad compradas al libro de Diógenes Laercio. Otra cuestión que parece reforzar lo que vengo diciendo, es que Jenofonte captó la diferencia entre los sofistas y Sócrates. Esta diferenciación, en rigor, se la debemos a Platón; pero no era obvia ni mucho menos, y Jenofonte la nota. Mi opinión es que el libro de Jenofonte es una fuente muy buena para entender al Sócrates histórico, no sólo en aquellas cosas en que sostiene la letra de Platón, sino incluso en los aspectos en que lo contradice. En mi opinión, es precisamente en la contradicción de ambas fuentes, donde radica la verdad histórica.

Sócrates no era un ser de una sola pieza; no era un sabio monolítico, homogéneo, constante como el curso de las estrellas. Es más verosímil y humano, que fuera un hombre inmerso en contradicciones, múltiple y heterogéneo. Como dice John M. Cooper, el Sócrates histórico pudo haber sido una persona aún más compleja que la que nos presenta Platón. Las contradicciones de las fuentes son, probablemente, expresión de las contradicciones de Sócrates. Era un sabio, sí, pero devoto del aprendizaje más que del dogma. La historia de la filosofía nos enseña, que todos los pensadores atraviesan diferentes etapas en su evolución mental. Sócrates no fue una excepción; sus ideas fueron madurando y cambiando a lo largo de los años. Cabe pensar que en esta flexible doctrina, no todos los cabos estuvieran amarrados, ni cada una de las ideas orgánicamente entrelazada con el todo. Independientemente de la intención pedagógica al enfrentarse a uno u otro alumno, ¿cómo explicar que sus discípulos más directos clamaran a coro, a pesar de las diferencias evidentes entre sus respectivas doctrinas, a pesar de las inclinaciones hacia la cosmología, la ontología, o la práctica, todos y cada uno de ellos afirmara ser el verdadero heredero filosófico de Sócrates? Sin lugar a dudas Sócrates estimulaba la imaginación y la creación individuales; pero aún así no está claro por qué un cínico se debería sentir más socrático que Platón, o viceversa. Teniendo en cuanta incluso, la lógica necesidad de acreditarse de cada uno de ellos, una sola respuesta me viene a la mente: la doctrina que Sócrates enseñara, sea cual fuera, era muy variada y contradictoria incluso.

Otra cuestión de orden psicológico, la memoria más fabulosa puede jugarnos una mala pasada, ser infiel o selectiva, y Sócrates no escribía sus razonamientos. La inspiración instantánea debe haber jugado un notable papel en sus charlas. Así se podría explicar que el presupuesto tomado hoy del sentido común, fuera mañana rechazado en otra conversación y con otros interlocutores. Tomemos un ejemplo al azar. Jenofonte nos trasmite que Sócrates creía lo siguiente: “bien sabido tienes que virtud de hombre es el vencer a los amigos en hacer bien y en el mal a los enemigos.”[154] Esta idea, considerada como: justicia es dar a cada quien lo que corresponde, es demolida en el primer libro de La República, que según los estudiosos es un texto platónico de juventud. También en el Critón nos dice: “SOC. -Por tanto, tampoco si se recibe injusticia se debe responder con la injusticia, como cree la mayoría, puesto que de ningún modo se debe cometer injusticia. CRIT. – Es evidente. SOC. - ¿Se debe hacer mal, Critón, o no? CRIT. – De ningún modo se debe, Sócrates.”[155] Los detectives del pensamiento histórico de inmediato husmean el aire, ¿quién miente? En mi opinión, nadie miente; ni adrede, ni por otra razón cualquiera. Muy bien pudo suceder, que Sócrates sostuviera las dos opiniones en dos momentos diferentes de su vida, en dos conversaciones con auditorios disímiles. En el organismo en movimiento, lleno de fuerza vital, que era su mente, el desarrollo no pedía disculpas a la historia. ¿No era el más sabio de los hombres, el más ignorante de ellos? Los ignorantes tienen derecho a equivocarse, y a cambiar de opinión si la nueva les parece mejor. La verdad y la sinceridad, no se conforman con menos.

Por otra parte, de haber existido un dogma fundado e inmóvil en la investigación socrática, me pregunto ¿dónde está? ¿Por qué Platón no lo refleja, y sus diálogos de juventud terminan siempre en la incertidumbre? ¿Por qué no nos encontramos con definiciones de las virtudes? ¿O es que acaso toda una vida de reflexión no le bastó a Sócrates? Tenemos un conjunto de presupuestos, un grupo realmente pequeño de ideas firmes, y reflexiones que tienen sello propio. Los historiadores aceptan, a regañadientes, “el sentido común” del despreciado, del burdo redactor, de Jenofonte, para llenar con contenido el esquema abstracto que logran extraer de los diálogos platónicos. Sócrates fue también, en mi opinión, ese que describe Jenofonte. Tan lleno de contradicciones como de buena fe, exuberante de palabras y vasto en intereses, Sócrates fue tan poco idéntico a sí mismo, como lo son las fuentes entre ellas. ¿Acaso es creíble o necesario para la interpretación histórica de Sócrates, suponer que él tuviera, en cada momento, una visión total y terminada de su doctrina? Cosa que no ha logrado, me atrevo a decir, ningún filósofo todavía. Ni siquiera los que escriben inmensos volúmenes, y pueden luego revisar meticulosamente sus propias ideas para evitar las contradicciones. ¿Es de esperar que un hombre que sólo contaba con su memoria pudiera lograr esa hazaña? No lo creo, y perdonen mi escepticismo. Basta ya de “Sócrates de vitrina”, como escribiera Roa. Creo que ni el mismo Sócrates hubiera aceptado esa imagen de sí. Él, que “hacía profesión de ignorante”, hubiera reído con ganas ante ese sabio tan vacío como adornado de fasto.

Ya que no podemos eludir el “problema socrático”, tratemos de resolverlo bajo estos augurios, con tanta claridad como nuestras fuerzas y conocimientos lo permitan. Empecemos a reunir elementos.

"Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor."
Agustín de Hipona, San Agustín (354 - 430 DC)

[151] Abbagnano, Nicolas, “Historia de la Filosofía”, La Habana 1967. Pag. 412.

[152] Artículo sobre Sócrates en la Enciclopedia Routledge.

[153] ¿Cuántos dedos harían falta para contar a los hombres que en la historia de la filosofía puedan igualarse a Platón? ¿diez, veinte?

[154] Jenofonte, "Memorias de Socrates", Madrid 1967. Pag. 89

[155] Platón. “Critón”. Versión digital.

Comentarios

Si quiere dejar su opinión...

Deje su nombre y su mensaje en el formulario de abajo.